martes, 7 de noviembre de 2017

Naufrago (Héctor López/ Grupo B)




Como cada día a las ocho de la tarde, nada más llegar, Hugo acciona el diferencial que enciende el router y los equipos. Aprovecha el lento proceso de carga para ponerse ropa cómoda. El tiempo de oficina, con el ritual diario del compañerismo de bar, ha terminado; el trabajo, no. De hecho es ahora cuando, desde su punto de vista, inicia la labor que merece la pena, la que le motiva, la que realmente le importa, la que en verdad le satisface. Ataviado con un ancho pantalón de chándal y su camiseta de un Darth Vader reclutador del Imperio Galáctico, y, a pesar del calor que aún hace en la calle, con una sudadera del Celtic de Glasgow con el trébol de cuatro hojas —maldita incongruencia— que trajo como recuerdo de su última escapada sobre el hombro, sigue el pasillo hasta una extraña habitación. El zulo la llama. Al llegar ante la compuerta activa un nuevo interruptor, se enfunda el suéter y teclea la contraseña de dieciséis dígitos. La luz fluorescente inunda el interior mientras se escuchan una serie de clics al liberarse las cerraduras. Se sirve un poco del Macallan que envolvió la gruesa prenda verde en su vuelo desde la isla en tanto el led cambia de rojo a verde. Los recicladores se toman su tiempo.

Atraviesa el pequeño pasillo, dispuesto en ángulo para ocultar la visión del interior, y, antes de sentarse, recorre cada uno de los siete terminales para ejecutar unos programas. Deja el vaso en una especie de cercado de tres paredes con base absorbente, cerca de la alfombrilla, se pone las gafas, enciende el monitor curvo de 34 pulgadas y, tras pinchar tres iconos, se arrellana en el asiento. Sendas imágenes cobran vida. En dos de ellas corren brillantes líneas de texto a toda velocidad; en la otra, la página de inicio de un navegador. Crea varias pestañas y abre una cuenta de correo y otra de Twitter. En cada una de las ventanitas que se multiplican en el cristal, abre una lista de usuarios, los que desea monitorizar. Con unos movimientos del ratón traslada las pantallas auxiliares a la que enfrenta y revisa el  código. Satisfecho, se abriga ante el ataque del aire acondicionado, que ya empieza a hacerse notar, y recompone la que ofrece  las cuatro listas de la red social.

—Venga, venga, venga, cabrones. Sé que sois vosotros —dice para sí—. Estoy seguro. Pero ¿cómo os lo comunican?, ¿cómo os mandan lugar, día y hora? Venga, chicos, dadme una pista.

Hugo, "el pajarito" como le llaman desde hace poco, está convencido de que su corazonada es buena. Sus algoritmos de cruce de imágenes sitúan a las mismas tres personas en los lugares de los últimos atentados que han asolado Europa, desde el asalto a la sede de "Charlie Hebdo" hasta el atentado de las Ramblas. Casi tres años de violencia fanática, con ataques suicidas en muchos de los casos, que, al menos así lo cree él, responden a una estrategia mayor, a una intencionalidad no tan evidente que ordena las acciones. Y defiende la tesis, de ahí el mote, de que se comunican vía redes sociales. En la que se mantiene a pesar de los comentarios jocosos —¡en mala hora se me ocurrió soltarlo en la reunión informativa! se recrimina de nuevo—, las risas y las bromas de sus compañeros. O de la mirada condescendiente de sus superiores. Solo que, ahora, debe trabajarlo desde casa.

Tres horas más tarde, una alarma le saca de su duermevela. Según sus bots, se ha repetido la pauta: las tres cuentas han iniciado conversación con una cuarta, de modo simultáneo; pero independiente. Como en ocasiones anteriores, los mensajes parecen inocuos, cháchara insustancial y de fuerte contenido erótico con una sextuitera, @Sydonai, cuya actividad tampoco ha llevado a Hugo más que a callejones sin salida. Cada uno va por derroteros distintos y no mantienen ningún contacto entre ellos. No están, así lo indican los metadatos asociados, ni en el mismo continente. Las frases suben de tono, con dobles sentidos cada vez más explícitos, y Hugo se ríe entre dientes cuando reconoce el origen de las fotos de desnudo, que ni siquiera pertenecen a la misma mujer. La mayoría de las veces suelen ser del torso; si bien en algunas ocasiones, como ésta, la cosa va más allá y llegan al desnudo integral.

Agotado, hacia las dos, decide dejarlo. Sale vaso en mano y, tras desconectar desde el exterior todo lo prescindible, marcha a la cocina con intención de picar algo que acalle los rugidos de su maltratado estómago. Pone música para ahuyentar el opresivo silencio y suena la suave selección de su particular lista: "Melancolía". Levanta un poco el film alimentario que envuelve el plato y se corta un fino "quesito" de bizcocho con el que acompañar una nueva dosis ambarina. Medio sentado en la esquina de la mesa, su cerebro se desconecta mientras mordisquea la esponjosa masa casera. Su mujer le enseñó a hacerlos, poco antes de perder una temprana y desigual batalla con la suerte. Sonríe, no sin amargura, al recordar su luna de miel en Estambul, el único viaje en el que ha sido feliz. Cómo olvidar la cara de Ángela ante Santa Sofía. O aquél pequeño café en que les sirvieron el raki... ¡Coño!¡Claro, eso es!


Algo encaja en su cabeza. La pregunta que le rondaba ha encontrado su respuesta cuando se ha relajado, cuando ha hecho reset. Con un respingo que emborracha los restos del pastel, sale disparado. Conecta de nuevo la sala limpia y enciende el ordenador principal. Recorre impaciente los "time line" de sus sospechosos y recupera una fotografía de la última conversación. Tras ampliarla realiza una serie de mediciones. ¡Eso es! Después geolocaliza el lugar y, sirviéndose del satélite, confirma su sospecha. Analiza la toma hasta que da con la ansiada pieza. Basándose en la información descubierta, aplica los pasos a fotografías anteriores. Acierta. Luego, unos barridos criptográficos para descifrar el mensaje —facilitado porque conoce el resultado de una decena de imágenes— y.... ¡Bingo!¡Sí, sí, sí! ¡Cien por cien! ¡Os he pillado, hijos de puta! ¡Ya sois míos! El amanecer le sorprende rematando un informe que encripta bajo el nombre de "The Police". Lo graba en un lápiz de memoria y lo sube a la nube segura. Recoge todo y, por primera vez desde hace dos años, el silencio reina en su sancta sanctorum.

Las ocho. Hugo antecede al Jefe de Sección en su camino al "briefing" informativo de cada mañana. Cuando entran en la pequeña sala todo el mundo está muy nervioso. La ansiedad es palpable. Aprovecha para preparar el proyector y el portátil mientras su superior se ocupa de los preliminares y pone a todo el mundo en antecedentes. Por fin, llega su turno.

—Esto es Twitter. —Risas—. Como veis, @Sydonai es muy poco activa: apenas diez mil twitts en tres años, sigue a doscientas cincuenta cuentas y es seguida por otras tantas. Y eso que no está nada mal, ni esconde sus encantos —la fotografía de la joven desnuda desata un coro de silbidos que compite con las quejas de sus compañeras—. Pero, aunque no os lo creáis, lo que hay que mirar no es a la chica. Si os fijáis, días antes de cada uno de estos atentados se establecen contactos en paralelo con estas tres cuentas. La conversación es idéntica a otras miles que se desarrollan en la red; pero hay un detalle que las hace especiales. —Pulsa en el teclado y cambia la pantalla—. ¿Alguien nota algo raro en esta foto?

»Nada, en efecto. De hecho, es de lo más normal. Una muchacha envía una foto sexy mientras se toma un aperitivo en una terraza. De estas se ven a miles en Twitter. Pero lo raro es que esta es ella de verdad, sin trucajes. Al menos en lo que a la chica se refiere. Si os fijáis, al fondo se ven dos minaretes. Es la Rüstem Paşa, en Estambul. ¿Aún nada? Alguien puede explicarme cómo una bella joven se toma una cerveza tan pincha... ¡a menos de cien metros de una mezquita! Eso me hizo centrarme en la botella y descubrí que es lo único que se ha variado, pues la contraetiqueta se ha incluido sobre la imagen real. Tras pasarle el "diccionario" este es el mensaje —nueva diapositiva—. Realizada esta misma operación con las tomas previas al resto de los atentados, de los que por desgracia conocemos muy bien el lugar, la fecha y la hora, la coincidencia es del cien por cien.

—Pues sólo nos queda una cosa antes de ponernos a trabajar contra reloj para evitar una nueva masacre. —Es el Jefe de Sección el que habla—. ¿Cómo denominamos a la operación?

—¿Operación "Naufrago"? —propone alguien—. Al fin y al cabo, la pista nos la han mandado con un mensaje en una botella.

13 comentarios:

  1. He estado todo el relato pensando en cómo ibas a encajar la historia con el mensaje en la botella. Genial! Me ha gustado mucho. Enhorabuena, Héctor.

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    1. Muchas gracias, Iván. Quería darle una vuelta de tuerca y salirme de lo obvio. Además, es mi promera incursión en el género, así que doblemente contento.

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  2. Muy bien planificado. Enhorabuena, Héctor. Me ha intrigado desde el inicio y el final está muy logrado. Gracias. Un abrazo.

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    1. No hay como ponerse retos, Merche. Estimulan el ingenio. Y si quiero estar a la altura de los compañeros de curso y del nivel del profesor, toca apretar meninges. Que os haya gustado -esa es la principal pretensión-, me encanta. Gracias por comentar.

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  3. Héctor le has dado al relato mucho suspense, muy actual y con un final inesperado. Felicidades me ha gustado mucho.

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  4. Me alegran mucho tus palabras, siempre cálidas. Un abrazo.

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  5. Jolí,n Hector; el relato esta genial!!! Deberías seguirlo y hacer una novela. Me has tenido pillada desde el principio. Me encanta!!

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  6. Me abrumas. No es lo mismo enfrentarse a un argumento largo, a mezclar subtramas y secundarios. Muchas gracias por los ánimos. Y me lo voy pensando, a ver si me decido.

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  7. Me ha gustado mucho, Hector. Muy diferente, con un tema muy de actualidad; está uno pendiente de todo el desarrollo de la historia, y como dice Ivan, pensando en dónde encaja lo del mensaje en la botella hasta que se llega al final. Genial!!

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  8. Muchísimas gracias. Como he dicho en alguna respuesta anterior, quise salirme de lo que parecía más obvio. Me alegra haberos "pillado".

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  9. Me ha pasado lo mismo que a Iván, jeje. ¡Muy bueno y original!

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